un Venezolano Universal
César Girón es
ejemplo de vigor y carácter
para una nación invadida y degradada
CÉSAR EN SEVILLA, FOTO ARJONA |
EL VITO
Cuando los Girón llegaron a Maracay, cubiertos por el
polvo de los caminos y los ruidos de un camión destartalado, Juan Vicente
Gómez manejaba los hilos de la
política venezolana. Hilos que tensaban terror, manejaban corrupción, y tejían
la traición, en una corte plena de áulicos. Nombres y apellidos los de aquella
corte, que se repetirían por años, nombres que volverían a brillar en la
marquesina de la historia social y política de Venezuela, sin importarles quien
detentara el poder.
Aquellos nombres eran, y siguen siendo, el poder detrás del poder. Los mismos que
mandaban y que se imponían sobre una sociedad oprimida y excluida, hasta que en
1935 murió Juan Vicente Gómez… y Maracay se quedó solo.
Los Girón llegaron a Maracay arropados por el ruido del
motor del camión. Carlos y Esperanza hicieron su entrada con tres muchachos a
cuestas. Una hembra, Yolanda, la mayor, un varón, Carlos, que ya caminaba y un
tripón en brazos de nombre César. Este, César Girón había nacido en Caracas, en
el barrio de la Roca Tarpeya el 13 de junio de 1933. Pro se convertiría el
maracayero más famoso del mundo y en un punto de inflexión del toreo nacional.
César Girón sería quien demarcaría el antes y después en la historia taurina de
Venezuela. Hoy habría cumplido 80 años de edad.
Maracay a la muerte de Juan Vicente Gómez se convirtió en
una ciudad abandonada, en ella
sólo se quedaron don Ramón Martínez Rui, casado con doña Cristina Gómez Núñez,
hija del general Gómez, y don Luis Pérez, que había sido el administrador de los bienes de Juan
Vicente Gómez. Indudable demostración de valor de don Ramón, quien más tarde
sería un personaje muy próximo a Girón, por motivos y circunstancias distintas
a loas toros.
Don Ramón
Martínez y don Luis Pérez, junto a sus familias dieron la cara y se
convirtieron en maracayeros ejemplares. Solo se quedaron en las ciudad los
excluidos de aquella élite, de la que había sido la cúpula que vivía arropada y
amparada por el poder.
Se quedaron los labradores de la tierra, los ordeñadores
de las vaqueras, los obreros de los telares, los matarifes y los peones del
matadero ... y se quedaron los
Girón, que pertenecían a los excluidos. No tenían dónde ir.
La familia Girón vivía de las habilidades del viejo
Carlos, típico “toero”, que hacía viajes desde Cumboto y mudanzas a La Villa y
San Juan de los Morros. El viejo arreglaba los frenos de un camión, o le
cambiaba el aceite y las bujías, destapaba cañerías, pintaba paredes, reparaba
techos. A don Carlos lo llamaban “Chinchurrero”, porque en su camión transportaba vísceras y chinchurria que
desechaban en el matadero de Maracay. Las vendía al detal, por los barrios en
las afueras de la ciudad. Eran barrios muy pobres, de casas de caña y
bahareque, de techos de paja, calles de tierra y sin cañerías, calles que se
convertían en barriales cuando llovía, donde los muchachos andaban descalzos y
con niguas entre los dedos de los pies. La gente que poblaba aquellos barrios
tenían en sus casas muchos perros. Perros para que ladraran y avisaran cuando
alguien se acercaba. Perros con mucha hambre que perseguían al camión de Girón,
el “chinchurrero”, en su desespero por comer.
El viejo Carlos contrató a Gustavo Urbina como “espanta
perros”, para poder hacer sus despachos de chinchurria, bofe, criadillas,
corazón, riñones, hígado, pero tuvo que echarlo porque Gustavo era demasiado
travieso y convertía la espantada de los perros en una fiesta.
Carlos Girón lo hacía todo y con todo se ayudaba. Con las
empanadas que cocinaba doña Esperanza y las camisas que ella lavaba. Sus
clientes eran militares sin graduación y alguno que otro cuartel. Vivían en un
cuarto de la casa de vecindad de la Avenida Páez, una de aquellas casas que
llamaban “corralones”. Un patio muy grande y dos o tres cuartos por familia. Un
baño y un lavandero, para todo el mundo. La Casa de la Páez estaba a unas
cuadras de la Escuela “Pilar Pelgron”, donde César estudió hasta tercer grado.
Más tarde le cambiaron nombre a la escuela por el de “Guevara Rojas”. Esas eran
todas las oportunidades de estudio en aquel pueblo, centro del poder militar y
político de Venezuela, asiento del gomecismo más radical. Los otros caminos que
tenían los muchachos para abrirse horizontes en la vida era como aprendices en
las vaqueras, el Lactuario de Maracay, los sembradíos de añil, los Telares y la
vaquería en las fincas.
Todo esto ocurría en tiempos de Pérez Jiménez, cuando
comenzó a crecer Maracay, cuando se acentuó la miseria alrededor de las
ciudades ,porque los campesinos atendían el llamado de las urbes petroleras y
abandonaban los montes y las sabanas.
Manuel
González “Manuelote” influyó mucho en la vida de César Girón. Era un hombre de
gran tamaño y volumen, con voz de trueno y de hablar sentencioso. Un hombre
respetuoso, que se hacía respetar. Manuelote tuvo en la vida un serio concepto de la amistad, pues
tenía en un altar construido con clavos de honestidad y de decir la verdad a
costa de lo que fuese. César, desde chiquito, andaba con “Manuelote”, fue su
instructor en su formación mundana. Iban juntos para arriba y para abajo,
montado en el camión chingo, o vigilando la mercancía de carga.
César no pensaba en ser torero. Era una época en que los
sueños de los muchachos eran con bates remachados de tachuelas, pelotas de
pabilo y guantes de lona. Estaba muy fresco en el ambiente el triunfo nacional
más importante de la historia, la conquista del Campeonato de Beisbol Amateur
en La Habana. El primer triunfo civilista de los venezolanos, del que nacieron
los héroes sin charreteras que la nación vivió en las transmisiones de radio,
comentó por las esquinas, y siguió en los periódicos. Cada partido de pelota
fue un evento del que nacían héroes en uniformes de peloteros. “El Chino”
Canónico, “El Pollo” Malpica, Romero Petit, “Redondo” Benítez, Chucho Ramos,
José Antonio Casanova, “El Brujo” Bracho, que era de Maracay, “El Ovejo” Finol,
“El Conejo” Fonseca, eran los nuevos héroes, hombres de carne y hueso que
conquistaron el Campeonato de 1941 cuando Venezuela en La Habana se convirtió
en Campeón Amateur de Beisbol.
Así era el escenario de aquel mundo al que llegó hace 80
años César Girón. Un mundo que conquistaría en sus escenarios taurinos, un
universo muy reducido al que regó con las mejores noticias de su tierra
venezolana, porque Girón no se rajó por la falta de oportunidades.
Jamás lloriqueó considerándose un excluido, por
considerarse y haber sido un conquistador en aquella vida de triunfos y de
conquistas. César Girón admirado por personajes admirables, es a la distancia
del tiempo un ejemplo para este país de llorones, de hombres y mujeres
arrinconados y sumisos ante la grosera invasión extranjera que pretende, y
logra, borrar nuestras tradiciones e historia ejemplar
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